La insoportable brevedad de los abrazos cósmicos

Anoche, como viene tocando los viernes, hice la ruta céntrica. salgo bastante menos de noche ultimamente, pero esa primera toma de contacto con el fin de semana que son los viernes nunca la dejo escapar.

Nos cargamos una botella de cacique entre cinco, no es mucho pero para empezar animados no está mal.

La noche ha sido divertida, pero sin nada especialmente digno de mencionar. Después de ir teniendo bajas en el grupo, sobrevivimos hasta la hora spectra el Jotas, el Lagarto y yo. (delante de los motes, siempre se pone artículo, si no, no computa). Bebidas las cervezas, saludados los amigos/conocidos y observado el percal, toca irse.

Llegamos al coche del Rey lagarto, pero ni de coña podría conducir. Acabamos los tres sopa dentro, después de una conversación trascental buscando la respuesta al porque de la vida, el universo y todo lo demás. Lo descubrimos, pero a causa de la borrachera, lo único que podemos recordar de nuestro momento de iluminación es la cifra 42.

Me he despertado en mi casa, el trayecto hasta ella no lo recuerdo, supongo que en algún momento salí del coche en busca de mi colchón. Me he despertado feliz, porque creía que aún estaba armado con el supremo conocimiento de la verdad universal. Pero no era así, el secreto cósmico se había evaporado de mi mente como el vino blanco sobre una sartén al fuego.

Mi situación de embriaguez me había llevado al zen y tal como me recuperé, también se marcho mi estado de iluminación. Goodbye Nirvana...

Lo que el cacique nos da, la resaca nos lo quita.

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