miércoles, mayo 12, 2010

En el bosque (3ª parte)





El final de la cacería esta cerca, lo presiento. Oigo los bufidos de terror del monstruo cada vez más cerca. Veo retazos de ese cobarde entre las ramas de los árboles, tropieza casi a cada paso. No tiene coraje ni disciplina alguna, privado del poder que le otorgaba la luz de la luna llena, pronto no sea más que otra muesca en la empuñadura de mi gladius.

Le oigo gritar lleno de desamparo y al fin le alcanzo. El muy estúpido ha corrido en dirección al río Pasdan. Su idiotez me ahorra unos cientos de metros de carrera, le agarro de los pelos justo cuando se está adentrando en la corriente. Sin más dilación, le corto la garganta como al perro que es, ni tan siquiera tiene la dignidad de morir en silencio y gimotea y patalea mientras le sujeto contra el suelo con mi rodilla en su espalda.




En unos segundos deja de forcejear, pero para asegurarme de que no es un truco de la bestia, desenvaino mi pugio y se lo clavo en la nuca, procurando que la punta llegue a su cerebro. Solo entonces permito que mi cuerpo se relaje, me siento en una roca elevada, desde donde contemplo el cadáver. El odio me abandona, en este momento pienso en Palio el joven, que murió en la taberna sin siquiera saber quien le mató, o Druss el Sammio, que era un extranjero en el imperio como yo. No podre compartir el fuego del campamento con ellos otra vez.

Sin embargo, mis problemas acaban de empezar. Soy el único superviviente de la decuria y el único testigo de lo que ha sucedido. También soy un Caernio, un extranjero.

Mis hermanos legionarios han muerto en las tierras de mi tribu. Pensarán que soy un traidor y he tenido algo que ver en sus muertes. No guardo esperanzas de que me crean, no puedo regresar con la legión, si lo hago acabaré crucificado. Tendré que afrontar las consecuencias. Dentro de unos días, la maldición de los magos sacerdotes del imperio me alcanzará por desertar y quedaré marcado para siempre.

Al menos, hermanos, os he vengado, que se me lleve el infierno si ese es mi destino.




martes, mayo 11, 2010

En el bosque. (2ª Parte)

(a la primera parte)

Carne y sangre, es lo único que me importa. Por desgracia no puedo tomarlas, ni aun cuando el ojo de la Madre está visible en el cielo, en ese momento es cuando debería poder ser feliz y tomar lo que deseo. Pero debo obedecer a mi padre, que me trata como a un siervo.


Paso cada día reteniéndome, atemorizado de cometer un error que revele mi auténtico rostro a la gente de la aldea. Pero son ellos los que deberían temerme, soy el favorito de la Madre. Cuando ella me mira, me transformo en su bestia de caza. Tengo las astas del ciervo, los colmillos del lobo y las garras del oso, no me hacen daño los golpes y puedo correr tras mi presa toda la noche.


Cada vez que la luna llena visita el cielo, mi padre me encadena en el sótano. El olor de la carne. Hombres, mujeres, niños, llega hasta mi, pero no puedo hacer nada salvo retorcerme y tratar de escapar. Eso cambió hace tres días.


Llegaron a mi pueblo soldados del imperio. Hombres forrados de metal provenientes del oeste, guerreros que conquistaron estas tierras en los tiempos de mi bisabuelo. Un grupo de ellos de se quedó aquí en nuestra aldea, apenas diez, aquel día sentí algo distinto en mi padre.


Esa misma noche comenzaba el plenilunio, pero cuando regresé a casa desde el campo, mi padre no estaba en casa. No había nadie para encadenarme, casi lo hago yo mismo porque cuando has sido esclavo tanto tiempo no sabes que hacer con la libertad. Pero no lo hice, comprendí los deseos de mi padre, comprendí que había estado reservando mi furia para cuando de verdad hiciera falta.


De noche, sentí la caricia de La Madre, escuché sus susurros y promesas, pero sabiendo que esta vez, los tendría. El dolor es grande cuando mi cuerpo cambia, sangre y jirones de piel quedan esparcidos por todas partes, en ese estado solo puedo calmar mi sufrimiento devorando algo vivo.


Derribé la puerta de mi casa, aullando. No había nadie en las calles, solo podía verse una luz en una de las casas, la posada donde se habían hospedados los soldados extranjeros. Corrí sobre mis cuatro garras hasta el edificio y salté, atravesando la ventana. Caí sobre uno de los hombres, que estaba de espaldas a ella, le mordí el cuello y le partí de una vez todas las vértebras. La sangre, la carne...Eran deliciosas, pero lo mejor era contemplar los rostros de miedo de sus compañeros, sorprendidos, confusos, aterrados.


Me abalancé sobre otro, le desgarré la garganta y bebí de la herida. Sentí como me apuñalaban la espalda, pero esas pequeñas heridas no podían detenerme, cuando acabé con mi segunda presa me giré para devorar al resto. Entonces uno de los hombres me arrojó por encima las brasas ardientes de la chimenea, era alto y moreno, con los rasgos de la gente de mi raza. Un maldito traidor.


el acero y la piedra no pueden nada contra mi, pero el fuego si. Aullé de dolor y huí, no recuerdo cuanto tiempo estuve corriendo. Desperté en las colinas al amanecer, regresé de nuevo al pueblo, esta vez como hombre y observé desde la linde del bosque como los supervivientes de mi ataque forzaban a mis vecinos a abandonar sus casas, luego les prendían fuego a todas y se marchaban a paso ligero, por las colinas, evitando el bosque.


Les seguí desde una distancia prudencial y aquella noche volví a atacarles, esta vez no me dejé amilanar por el fuego que usaron en mi contra, aquella noche maté a tres de ellos. El resto solo pudo escapar porque mi hambre era tal que me paré a devorar a los caídos.


Me oculté durante el día. Supe que el traidor les había hablado a los que quedaban de mi naturaleza y querrían matarme cuando estoy indefenso, varias veces estuvieron cerca de dar conmigo, pero les eludí.


Cuando llego la noche, fueron ellos quienes trataron de escapar de mi. Pero les dí alcance y les forcé a entrar en el bosque, uno a uno les atrapé y devoré, a todos menos el traidor. Un hombre listo que sabía que su armadura y su escudo no le servirían contra mi, y los había abandonado para que no le estorbaran.


Pero al final, ni eso evitó que le diese alcance, salté sobre el. Pero en mi ansia de venganza no reparé en la luz del día que ya empezaba a verse. Mientras forcejeábamos, me di cuenta de que poco a poco se imponía a mi. La luna se había marchado y el traidor, sujetándome me dio una puñalada en el brazo, me habría dado otra en el corazón si no hubiera logrado zafarme de el.


Ahora corro de mi antigua presa, Madre, trae la noche, Madre, trae la luna llena!


No me abandones.

En el bosque. ( I parte)


Aqui me encuentro, de nuevo en los bosques de mi infancia. Un lugar hermoso, pero inmisericorde que me vió dar mis primeros pasos. Esto fué mucho antes de conocer las calles de Volta, igualmente bellas y mortíferas para el inexperto. Antes de la campaña contra las tribus del este de Alwood, antes de amarte y perderte, antes de darme cuenta de quien soy realmente.


En este día de muerte soy el último que queda de mi decuria. Además de mis compañeros, he perdido mi armadura y mi escudo, pero no me importa ya que ahora solo sirven para aminorar mi paso y tengo que ser rápido, puesto que estoy de caza.


Voy a matar a un hombre desarmado que corre a unas pocas docenas de metros delante mia. Los árboles entorpecen mi vista, pero no importa, siento hacia donde huye. Mi pueblo derrotó al tigre de dientes de sable y al oso cavernario. Yo soy heredero de lo titanes de antaño y mis sentidos están afilados, mis músculos funcionan como los engranajes del reloj de la Gran Torre, mi rabia funde el acero.

Oigo los pasos que da en su carrera frenética y con cada una de mis zancadas recorto la distancia que separa a mi presa del final de sus días.


Es curioso que hace unos días mis hermanos de armas y yo fuésemos su presa, ahora la marea ha cambiado. Mientras corro tras el recuerdo cuando era niño, en la aldea. Nos sentábamos alrededor del fuego cada noche a escuchar las antiguas historias de nuestra gente, rememoro una vieja historia contada por el Anciano, un cuento que se narra lejos del oido de los magos sacerdotes y los funcionarios Imperiales. Historias que pueden llevar a la hoguera a quien se atreve a contarlas.


Y por eso las recuerdo.


Veo al anciano vestido con pieles de animal, el rostro embadurnado de grasa y arcilla blanca y roja. Nos habla en la lengua de nuestros ancestros y lanza puñados de polvo al fuego, que estallan como si fueran fuegos artifciales e inundan el aire de olor a sulfuro y miedo.

Puedo verle y escucharle como si estuviese frente a mi, sostiene las manos contra sus sienes y alza sus índices para imitar las astas de una bestia.


El Massan.


Rememoro como el Anciano nos cuenta el pacto que algunos hombres hacen la Diosa, la madre del bosque. Le entregan en sacrificio a un hijo legítimo y luego yacen con ella. La siguiente luna llega, la Madre del bosque le da a este hombre un Massan nacido de su propia semilla. Esta bestia parece un niño normal, pero cuando llega a la edad de ser circuncidado y hacerse hombre, adquiere la capacidad de convertirse en una bestia las noches de luna llena.

En su historia, el Anciano nos previene del peligro. Ni la piedra ni el hierro hacen mella en la carne del Massan cuando cambia la piel y se convierte en bestia. Nos dice también que no debemos fiarnos de un hombre que tenga una sola ceja sobre ambos ojos, ni de uno que tenga los ojos amarillos, del color de los de los lobos. Estos son los rasgos que marcan a un Massan y permiten diferenciarlos de los hombres normales.

El Anciano de mi pueblo era un viejo borracho.
El hombre que nos ha perseguido durante 3 noches y al que ahora yo doy caza no era cejijunto, ni sus ojos mostraban un color extraño. Pero sangra, conseguí cortarle con mi gladius cuando la llegada del alba le transformó de nuevo en hombre.


Y si sangra, es que puede morir.